Introducción
En el siguiente texto disertaré acerca de la imagen arquetípica de la casa como expresión simbólica de la propia interioridad. El encuentro con esta simbología del habitar y su relevancia dentro del proceso analítico, se lo debo en especial a una paciente cuyos sueños con la casa marcaron la pauta de su análisis y nos guiaron en el encuentro con la psique como la experiencia de aquello que alberga y de lo inconsciente como lo albergado en un espacio.
Al reflexionar sobre los sueños de mi paciente, es inevitable tener como referente el sueño que narró Jung en su autobiografía y que sirvió de imagen simbólica para representar la noción de la psique y de lo inconsciente como descenso de lo más luminoso a lo más oscuro y de lo más reciente a lo más arcaico dentro de nosotros, así como la conexión de lo individual con lo inconsciente colectivo. Una experiencia onírica que luego serviría de base para su elaboración teórica de una estructura y dinámica de la psique distinta de la de Freud. Antes de proseguir, daré algunos datos mínimos de la paciente para poder contextualizar el primer sueño, base de su análisis y centro de nuestra reflexión.
Se trata de una mujer de 38 años, profesional del derecho, económicamente estable e independiente, atractiva y un tanto desconfiada. Considera que ha pasado toda su vida eligiendo parejas que según ella son equivocadas y piensa que dicho amor no es duradero y realmente sincero. Se siente sola y quiere realizarse una inseminación artificial para tener un hijo, pues considera que el amor de hijo es el único real.
Padres divorciados, se cría con el padrastro ingeniero, profesor universitario y a quien tiene idealizado hasta que entrando en su adultez, en fase universitaria, le descubren que tiene una doble vida; otra familia con un hijo. También se decepciona de la madre por ser indulgente con el padrastro. El padre biológico no se preocupó de ellos al separarse y ella lo tiene como un gran irresponsable, que no merece su respeto.
Sus parejas son ocasionales y sin compromiso. Ella misma los evade cuando alguno de estos procura un tipo de relación más madura. La paciente refiere que viene saliendo de un periodo muy oscuro en el que ella cree haber estado deprimida, presa de una vida desordenada, con rasgos importantes de alcoholismo y promiscuidad. Un momento en el que llenaba sus vacíos con el alcohol y la fiesta. Al recordar este reciente periodo de su vida, siente mucho miedo y cree que es susceptible de volver a caer.
El primer sueño que trae a consulta es:
Estaba en Maturín estudiando para un examen y no daba tiempo, estaba preparando comida y se pusieron 2 cucarachas en el plato de mi prima y ella trataba de pasarlas a mi plato.
Estaba en casa de mi tía en Maturín, Está muy desorganizada, nada está limpio, todos hacen lo que quieren. Estamos estudiando para un examen de reparación en la madrugada, hago café y sirven arroz, en el plato de mi prima hay cucarachas, para ella era normal, yo reacciono con asco. Me las lanza a mi plato como invitándome a comerlas, yo salgo corriendo para que no me las lance.
La aparición de la casa como símbolo en las vivencias oníricas de esta paciente, sirvió de hilo conductor para que pudiera conectarse con el habitar en el espacio de la alteridad. Una y otra vez, su psique la llevaba a la casa de esa familia desorganizada, disfuncional; la ponía en contacto con esa prima que queda embarazada prematuramente… Es decir, la hace experimentar los valores de su propia sombra, comenzando con la maternidad… La maternidad concebida como algo que la aleja del desarrollo y del progreso, de la universidad, la profesión, esa que pudiera significar un ancla en el caos indiferenciado, en la pobreza, en Maturín, el pueblo, la periferia. Algo que en su caso definiría su propia dinámica psíquica en una identificación con los valores del animus
Las formas como aparece la casa nos hablan de la necesidad de reconocer lo que queda en lo inconsciente, lo que queda marginado por la consciencia. Luego de unos meses de análisis, la casa vuelve:
Iba manejando, de pronto me perdí. No sabía dónde estaba. Me vencía el sueño. Llegué a una parte donde no había salida, había una reja angosta que no permitía avanzar ni retroceder. Me tuve que bajar del carro… Se trataba del estacionamiento en casa de mi tía, la misma de Maturín, la parte de atrás. Me tuve que encaramar en una reja y gente extraña me observaba. Era como Petare, estaba asustada, mi tía me preguntaba que hacía allí. Luego en un cuarto vi a una primita que trajo la comida. Ella comenzó a llorar porque se tenía que ir de la casa antes de tiempo. Todos llorábamos porque no queríamos que se fuera. Luego en otro cuarto veíamos tele y la veo desnuda viendo la tele al lado de un amiguito. Me la llevo al otro cuarto para vestirla.
Primero Maturín como pueblo no visitado por ella, al interior, la provincia, luego Petare, el barrio como lugar de residencia del mal, de todo lo que ella teme, lo marginal.
Allí se encuentra primero tratando de estudiar retrasada para un examen. Con esa sensación de estar ante un juicio, una evaluación para la que no está preparada del todo, la mirada del animus que aparece como lo académico que la interpela. Pero antes de llegar a ese examen, a esa cita con la academia, se enfrenta con aquello que tiene pendiente, con esa materia aún no digerida y en la forma más primitiva en la que pudo haber sido representada… como cucarachas. La psique la lleva a ese rincón de su alma y muestra la situación en la que se encuentra: Un ego empeñado en seguir los dictámenes del animus, mientras tiene pendiente la asimilación de los aspectos de su anima más primarios, aquellos más rechazados por los valores del animus. Justamente presentados por esta prima, personificación elocuente de su sombra.
Luego en esta misma casa se encuentra con esa sobrina que se expone de forma inapropiada ante los hombres, representando lo femenino no iniciado, justamente ante aquello de sí misma que tiene que sentir compasión. Esto da cuenta de cómo tiene que tratar esa parte de sí misma, con compasión y comprensión. La forma como evoluciona la imagen de la casa, está en estrecha relación con lo que ocurre en su proceso. Después de desidentificarse de su máscara y reconocerla como tal, transita hacia un aspecto de su propia feminidad en sombra, reconociendo sus necesidades afectivas y abriéndose a sus emociones; asumiendo su vulnerabilidad y preparando su alma para el mayor acto de contención humana, la maternidad.
La experiencia de morar, se me presenta como un aspecto arquetípico que orienta el proceso de esta paciente. Esto me lleva a detenerme en la consideración de la casa como símbolo, no sólo en el proceso de la paciente en cuestión, sino también en otros casos y luego de forma general.
En un caso presentado anteriormente, la casa aparece más bien como lugar del que no se puede salir. Aquí, la madre de esta paciente queda atrapada en esa casa materna por su abuela; ambas representando un anima muy poco acogedora o contenedora. Se trataba de una mujer identificada con el logos, lo masculino y con un referente de lo femenino, por un lado devorador (la abuela) y por el otro poco desarrollado (la madre). El sueño final en el proceso de esta paciente conmigo, era que estaba en una casa muy lujosa y grande, con jardines, toda pintada de blanco, desolada, inhabitada, fría, toda blanca, con paredes tan altas que no podía salir de allí porque tampoco habían puertas o ventanas. En el jardín ella golpea el piso como en una danza ritual y sale volando. Desde arriba puede ver la casa empequeñecer…
Ese sueño fue antes de que saliera del país y de la casa y siguiera su propio camino. Ésta era su casa materna pero también representaba su propia feminidad, su propia capacidad de contención. Esta paciente, al igual que la anterior, también manifestaba una gran dificultad para entablar relaciones comprometidas con hombres reales. En el sueño de la casa se expresa una resolución en donde ella puede despegar de su casa pateando la tierra como en las danzas tradicionales, toma la fuerza de este contacto y se eleva para ver desde arriba, en perspectiva, su propia relación con lo materno y con su propia feminidad.
Poner atención al símbolo de la casa y su posible raigambre arquetipal, es el objetivo de este artículo. Para ello tendré como telón de fondo algunos casos, cuyo proceso de individuación tiene que ver con encontrar, como dice Bachelard, ese rincón del mundo que es la casa. Pero también la posible resignificación de la casa en estos momentos de confinamiento por la pandemia. En el siguiente apartado asumo la construcción del espacio habitable como definidor de la condición humana y posible hito antropológico para la aparición del yo como algo aparte de la naturaleza. Luego expongo el origen antropológico de la casa como pista de la vivencia de habitar, pasando por su connotación religiosa para finalmente caer en las posibles interpretaciones de las casas en el soñar.
La Casa como Imagen Arquetípica Configuradora de la Subjetividad
La casa como imagen arquetípica tiene una historia ancestral. El apego a un sitio fijo, la identificación con éste al punto de configurar la psique del hombre actual, se debe al paso de recolectores – cazadores, a civilizaciones agrícolas que permitieron la conformación de asentamientos y el desarrollo de la noción de permanencia, pertenencia y arraigo, tan importantes para la configuración psíquica con un ego como centro de comando central. Harari (2019, p. 117), nos acerca a la significación de la casa como arquetipo, pero desde una perspectiva histórico – antropológica:
“La revolución agrícola es uno de los acontecimientos más polémicos de la historia. Algunos partidarios proclaman que puso a la humanidad en el camino de la prosperidad y el progreso. Otros insisten que la llevó a la perdición. Fue el punto de inflexión, dicen, en el que los sapiens se desprendieron de su simbiosis íntima con la naturaleza y salieron corriendo hacia la codicia y la alienación. Fuera cual fuese la dirección que tomara el camino, no había posibilidad de dar marcha atrás. La agricultura permitió que las poblaciones aumentaran de manera tan radical y rápida que ninguna sociedad agrícola compleja podría jamás volver a sustentarse si retornaba a la caza y la recolección. Hacia el año 10000 A. C., antes de la transición a la agricultura, la Tierra era el hogar de unos 5 – 8 millones de cazadores – recolectores nómadas. En el siglo I D. C. sólo quedaban 1 – 2 millones de cazadores recolectores (principalmente en Australia, América y África), pero su número quedaba empequeñecido comparado con los 250 millones de agricultores en todo el mundo.
La inmensa mayoría de los agricultores vivían en poblados permanentes y sólo unos pocos eran pastores nómadas. El hecho de establecerse hacía que el territorio de la mayoría de las personas se redujera de manera espectacular. Los antiguos cazadores – recolectores solían vivir en territorios que ocupaban muchas decenas e incluso cientos de kilómetros cuadrados. El “hogar” era todo el territorio, con sus colinas, ríos, bosques y cielo abierto. Los campesinos, en cambio, pasaban la mayor parte de su día laborando en un pequeño campo o huerto, y su vida doméstica se centraba en una estructura confinada de madera, piedra o barro, que medía no más de unas pocas decenas de metros cuadrados: la casa[1]. El campesino medio desarrolló un apego muy fuerte a esta estructura. Esta fue una revolución de gran alcance, cuyo impacto fue tanto psicológico como arquitectónico. En lo venidero, el apego a “mí casa”[2] y la separación de los vecinos se convirtieron en el rasgo psicológico distintivo de un ser mucho más egocéntrico.”
El término egocéntrico es usado por Harari de forma laxa, pero lo que queda claro en su propuesta, es que la aparición de la casa está ligada a la configuración de la individualidad. El establecimiento humano es en sí mismo una artificialización del medio natural. La intervención es la forma en la que se da la separación o diferenciación con la naturaleza que aparece ya como algo que hay que domesticar y de algo de lo que hay que defenderse. Harari (2019, p. 118) sigue elaborando la idea en un sentido que es muy sugerente para comprender el lugar de esta imagen arquetipal.
“Los nuevos territorios agrícolas no eran sólo mucho más pequeños que los de los antiguos cazadores – recolectores, sino mucho más artificiales. Aparte del uso del fuego, los cazadores – recolectores hicieron pocos cambios deliberados en las tierras por las que vagaban. Los agricultores, en cambio, vivían en islas humanas artificiales que labraban laboriosamente a partir de la tierras salvajes circundantes (…) las familias de agricultores hacían todo lo que podían para mantener alejadas las malas hierbas y los animales salvajes (…) Desde los albores de la agricultura hasta la actualidad, miles de millones de seres humanos armados con ramas, matamoscas, zapatos y sprays venenosos, han librado una guerra implacable contra las diligentes hormigas, las furtivas cucarachas, las audaces arañas y los extraviados escarabajos que constantemente se infiltran en los domicilios humanos.”
Esta separación de la naturaleza, supuso la lucha contra la naturaleza, la domesticación de lo salvaje que busca siempre colarse en el territorio habitado, humanado, y de alguna forma sagrado, pues la construcción del espacio habitable constituye una diferenciación entre el espacio profano (salvaje, natural) y el espacio sagrado, lo que de alguna manera representa el paso del caos al orden. La construcción de la casa, sería según Eliade, la cosmización del mudo. Veamos el significado que tiene la casa para Eliade desde la perspectiva de la historia de las religiones.
En una palabra: cualesquiera que sean las dimensiones de su espacio familiar —su país, su ciudad, su pueblo, su casa—, el hombre de las sociedades tradicionales experimenta la necesidad de existir constantemente en un mundo total y organizado, en un Cosmos. Como la ciudad o el santuario, la casa está santificada, en parte o en su totalidad, por un simbolismo o un ritual cosmogónico. Por esta razón, instalarse en cualquier parte, construir un pueblo o simplemente una casa, representa una grave decisión, pues la existencia misma del hombre se compromete con ello: se trata, en suma, de crearse su propio «mundo» y de asumir la responsabilidad de mantenerlo y renovarlo. No se cambia de morada con ligereza, porque no es fácil abandonar el propio «mundo». La habitación no es un objeto, una «máquina de residir»: es el universo que el hombre se construye imitando la Creación ejemplar de los dioses, la cosmogonía. Toda construcción y toda inauguración de una nueva morada equivalen en cierto modo a un nuevo comienzo, a una nueva vida. Y todo comienzo repite ese comienzo primordial—en que el universo vio la luz por primera vez. Incluso en las sociedades modernas tan grandemente desacralizadas, las fiestas y regocijos que acompañan la instalación de una nueva morada conservan todavía la reminiscencia de las ruidosas festividades que señalaban antaño el incipit vita nova. Si vemos el desarrollo histórico, la evolución de la significación de residir, de habitar, en la historia de la humanidad, estamos de cara a la experiencia arquetipal de enfrentar el cosmos, de encontrar un lugar diferenciado en el conjunto del entramado natural y caótico del que formamos parte. Es un paso vital en la configuración de la mismidad y la diferenciación de nuestro entorno natural. La casa marca el adentro y el afuera, la aparición histórica de la interioridad. La emergencia de imágenes de la casa y sus distintas formas en los sueños y en la vida de nuestros pacientes, permiten explorar la forma como se habita en uno mismo. En este sentido Bachelard propone un recorrido por las imágenes de la casa.
Hacia una Fenomenología de los Valores de Intimidad del Espacio Interior
En la poética del espacio, Bachelard nos acerca a la casa como vivencia psicológica, como imagen estructurante del psiquismo, sugiriendo ver la presencia de la casa en los sueños como una fenomenología fundamental para comprender la construcción de ese espacio psíquico, sagrado de la mismidad. En este sentido afirma que: “Con la imagen de la casa tenemos un verdadero principio de integración psicológica” (…) p. 10. (IBID, P. 23):
Ayudados por este instrumento, ¿no encontraremos en nosotros mismos, soñando en nuestra simple casa, consuelos de gruta? (…) No solamente nuestros recuerdos, sino también nuestros olvidos, están “alojados”. Nuestro inconsciente está alojado. Nuestra alma es una morada. Y al acordarnos de los cuartos de las casas, aprendemos a morar en nosotros mismos. Se ve desde ahora que las imágenes de la casa marchan en dos sentidos: están en nosotros, tanto como nosotros estamos en ellas.
De esta forma Bachelard propone explorar la experiencia del habitar en sus expresiones oníricas y poéticas como posibles claves para estudiar los valores de la intimidad. El morar aparece como antesala de la posibilidad de la introspección, de recorrer la propia subjetividad como espacio. En este sentido, continúa Bachelard (19… p. 28):
Para un estudio fenomenológico de los valores de intimidad del espacio interior, la casa es, sin duda alguna, un ser privilegiado, siempre y cuando se considere a la casa a la vez en su unidad y su complejidad, tratando de integrar todos sus valores particulares en un valor fundamental. La casa nos brindará a un tiempo imágenes dispersas y un cuerpo de imágenes (…) ¿A través de todos los recuerdos de todas las casas que nos han albergado, y allende todas las casas que soñamos habitar, puede desprenderse una esencia íntima y concreta que sea una justificación del valor singular de todas nuestras imágenes de intimidad protegida?
“Porque la casa es nuestro rincón del mundo. Es nuestro primer universo. Es realmente un cosmos. Un cosmos en toda la acepción del término.”
La noción de intimidad protegida que propone Bachelard, nos pone en contacto con lo más primordial de nuestras experiencias, evocado en las imágenes de las casas en nuestros recuerdos, sueños y ensoñaciones. La invitación es a hurgar esas representaciones para permitir una comprensión de la forma como el sujeto vive la interioridad. Si ponemos atención a la imagen de la casa, del sueño, el recuerdo o la ensoñación, se puede explorar esa experiencia de “ESTAR”, en determinado momento… Se trata de un consejo práctico a tomar en cuenta en el proceso terapéutico. En ese sentido incluso se hace más propositivo al plantear la posibilidad de preguntarse si en el sueño se está en la casa, en qué lugar, si estás entrando o saliendo… Y qué emociones se desprenden de dicha experiencia onírica. Esto, considerando que, el espacio, el cosmos, son actualmente experimentados por primera vez, en la casa. Los primeros recuerdos tienen una ubicación espacial fundamentalmente ubicados en la casa natal o las diferentes casas entre las que crecimos… Incluso Bachelard va un poco más allá planteando cuestiones como: ¿Qué significa para un niño de 4 años que papá se vaya de la casa y que el consuelo sea que ahora tiene dos casas? ¿Se puede habitar dos lugares a la vez? En este sentido, la exploración de las distintas formas en las que pueda aparecer la imagen de la casa en los sueños, ensoñaciones y yo agregaría, en los síntomas y por qué no, el destino de los pacientes, puede constituirse en un indicador psicológico valioso durante el proceso analítico.
Bachelard se cuestiona por esos primeros recuerdos, sobre la capacidad del hombre adulto de conectarse con esa vivencia primordial, pre verbal, que significa experimentar un espacio, recorrerlo, morar. En este sentido, considera que el hombre adulto relaja los lazos antropocósmicos de forma tal que le cuesta reconocer ese primer apego, ese lazo con la casa y sus rincones y la forma como esto delineó su existencia. La propuesta es poner atención al lugar. El espacio en el que tienen lugar las vivencias, es capaz de conectar más la emoción que si dirigimos la atención al tiempo, el momento de la vida en que pasó tal o cual evento, en el que tuvo lugar una transición o un trauma. El espacio supone tal grado de concreción, que permite una mejor exploración psicológica. En este sentido, Bachelard (19… p. 14), comenta:
Claro que gracias a la casa, un gran número de nuestros recuerdos tienen albergue, y si esa casa se complica un poco, si tiene sótano y guardilla, rincones y corredores, nuestros recuerdos hallan refugios cada vez más caracterizados. Volvemos a ellos toda la vida en nuestros ensueños. Por lo tanto, un psicoanalista debería prestar su atención a esta simple localización de los recuerdos (…) Creemos a veces que nos conocemos en el tiempo, cuando en realidad solo se conocen una serie de fijaciones en espacios de la estabilidad del ser, de un ser que no quiere transcurrir, que en el mismo pasado va en busca del tiempo perdido, que quiere suspender el vuelo del tiempo. En sus mil alveolos, el espacio conserva tiempo comprimido. El espacio sirve para eso.
Estas palabras de Bachelard nos invitan a releer esa relación Ser – devenir planteada por Heidegger en Ser y tiempo en función de la experiencia quizás más concreta de Ser – estar…. Remitiendo a lo muy concreto de ocupar un lugar, pero además con una resistencia a transcurrir.
Refiriéndose a cómo la casa configura al ser, Bachelard (2001, p. 17) comenta:
Pero allende los recuerdos, la casa natal está físicamente inscrita en nosotros. Es un grupo de costumbres orgánicas (…) la casa natal ha inscrito en nosotros la jerarquía de las diversas funciones de habitar. Somos el diagrama de las funciones de habitar esa casa y todas las demás no son más que variaciones de un tema fundamental. La palabra habito es una palabra demasiado gastada para expresar ese enlace apasionado de nuestro cuerpo que no olvida la casa inolvidable.
Estar en el mundo, ser arrojado, la experiencia misma de la nada, tiene como respuesta la construcción del espacio habitable. Pudiésemos hacer un recorrido por la historia de la arquitectura y la comparación de su desarrollo en las diferentes culturas y geografías, para salir del atolladero existencialista del ser arrojado al mundo, abriendo paso al ser de sentido. Siguiendo con Bachelard (2001, P. 28):
Así, frente a la hostilidad, frente a las formas animales de la tempestad y del huracán, los valores de protección y de resistencia de la casa se trasponen en valores humanos. La casa adquiere las energías físicas y morales de un cuerpo humano. Abomba la espalda bajo el chaparrón, endurece sus lomos. Bajo las ráfagas se dobla cuando hay que doblarse, segura de enderezarse a tiempo negando siempre las derrotas pasajeras. Una casa así exige al hombre un heroísmo cósmico. Es un instrumento para afrontar el cosmos. Las metafísicas del hombre lanzado al mundo podrían meditar concretamente sobre la casa lanzada a través del huracán, desafiando las iras del cielo. A la inversa y en contra de todo, la casa nos ayuda a decir: seré un habitante del mundo a pesar del mundo. El problema no es solo un problema de ser, es un problema de energía y por consiguiente de contraenergia.
Gabriel García Márquez empezó escribiendo Cien años de soledad en una novela que titulaba la casa, cuyo manuscrito afortunadamente perdió bajo la lluvia. En ésta contaba la historia de la construcción de la casa de sus abuelos en Aracataca. Cuando se liberó de escribir algo que reflejara la realidad y le abrió paso a la imaginación, logra conjugar en la historia y sus personajes, su propia biografía, la de su familia y la de América Latina, accediendo ya no a su memoria sino a la memoria de la humanidad. La mayor parte de lo que ocurre es dentro y en torno a la casa y la novela concluye con la casa siendo devorada por la naturaleza. De alguna manera el hombre pierde la batalla contra el cosmos, el yo no puede enfrentarse a lo inconsciente, dejando al lector con la sensación de la imposibilidad de los pueblos latinoamericanos de lograr esa diferenciación, esa mismidad queda disuelta en el evento natural que termina resolviendo el relato latinoamericano. El héroe termina siendo devorado, aquello que lo protege del afuera, las paredes de la casa, son comidas por las termitas, la imagen teriomórfica del último hombre es devorada por las feroces hormigas que lo devuelven a la tierra. Quizás se trata de la compensación del ánimo prometeico de conquista del europeo o sencillamente una premonición del destino de nuestros pueblos, pero aparece la casa, su fundación, ampliación, desarrollo y destrucción, como hilo conductor de la relación del hombre con el cosmos, del yo con lo inconsciente.
En el principio esta casa del sueño de la primera paciente, no es su casa, se trata de la casa de la tía. Por alguna razón es arrojada una y otra vez en ese espacio hostil pleno de otredad. Se trata de una casa que no la protege del mundo, más bien éste se le cuela y le recuerda que su alma no tiene un albergue seguro, que no ha logrado un espacio íntimo en el que pueda desnudarse y sentirse a salvo. Sugiriéndole a la vez que debe ocuparse en hacer más habitable dicho espacio, que la salida no es, como había creído hasta el momento de inicio de su terapia, huir y dejar atrás ese lugar, pues éste permanece en ella, tanto como ella quiere olvidarlo. Así lo revela el siguiente sueño:
Estaba en casa de mi tía, la del caos, en un cuarto que no existe. Me lo estaban dando para dormir, tengo que arreglarlo, no puedo dormir aquí… Era como un depósito. No me puedo ni cambiar porque no tiene cerraduras, cualquiera podría entrar… las bisagras estaban malas, traté de arreglarlas… de los huecos de la puerta salían cucarachas, había un baygon. Se lo echo a las cucarachas, soy alérgica y siento que me voy a morir, salgo del cuarto por la puerta que trataba de arreglar.
Es importante considerar lo vulnerable que se siente en ese primer sueño de la casa de la tía, poblado en sí mismo por el caos. Es un espacio habitable que no logra aislarla de éste, protegerla del asalto desintegrador de la naturaleza, sino que además es un espacio habitado por dicho caos. Ni las puertas de la casa, ni de la habitación, la mantienen a salvo del mundo larvario que se le viene encima.
Las cucarachas se cuelan por los intersticios de la puerta que se supone la mantienen a resguardo de esa cualidad primitiva y salvaje que simboliza dicho animal.
Es como si de forma espontánea, gracias al sueño de la casa de la tía en Maturín, hubiese aparecido ese lugar que indica un centro. Un lugar desde donde comenzar. Un punto de orientación psíquica en lo homogéneo de la vida profana de su psiquismo que al momento de llegar a consulta está a punto de terminar de profanar su cuerpo, de intervenirlo para protegerse de la aparición de Eros, para engendrar un esclavo afectivo que pueda ser parido por su herida narcisista[3].
Llega a la casa primero para ver esa familia caótica, disfuncional, encontrarse luego con su sombra y posteriormente para entender que esa casa tiene que repararla, que no es suficiente con volver allí para revivir emociones del pasado, para recordar los orígenes, sino que debe enfrentar sus propios complejos, que por más repulsivos que le parezcan, no puede acabar con ellos porque la constituyen, si extermina las cucarachas ella misma puede morir asfixiada. Regresa para reconocer eso repulsivo como suyo y para comenzar a reparar la estructura de esa vivienda que le impide sentirse acogida, protegida y a salvo.
Regresa a la misma casa en Petare para notar la naturaleza marginada de esos contenidos y como estos se asocian con una feminidad poco desarrollada que no sabe comportarse ante lo masculino, que se expone de forma inapropiada, que está en riesgo porque no sabe qué hacer y cómo actuar ante éste. Las acciones de huida son sustituidas por la aceptación, incorporación y reparación…
Estaba en casa de mi tía… La del caos, yo la había comprado. Todo estaba vacío. Hay un nacimiento de navidad. Se lo regalo a un decorador… y le digo que lo que es feo lo puede botar. Estaba en ese momento arreglando la casa de navidad… Recojo las cosas de Navidad. Busco la ropa sucia. Le digo a mis amigas, viendo una revista de decoración, que ahora si puedo hacer la casa que quiero… La de mis sueños… O la arreglo, vendo y compro otro lugar para hacer la casa de mis sueños.
En el espacio de este artículo no puedo ahondar en el proceso de la paciente, sin embargo, la referencia a sus sueños obliga a considerar ciertas fases de su proceso terapéutico y los efectos de la reflexión sobre sus propias imágenes oníricas. En este sentido, es necesario señalar que se dio una especie de reparación de la imagen del padre y por tanto de lo masculino, en la que supuso una reconciliación tanto con su padrastro como con su padre, comprendiendo la dimensión humana de estos, así como la desidentificación con una máscara en la que trataba de vivir los valores del animus y a través de estos, impidiéndole experimentar su feminidad plenamente.
La solución que tenía en mente a su conflicto, de tener un hijo por inseminación artificial, cesa ante la emergencia de una feminidad dispuesta a comprometerse y a ser querida. El sueño anterior de alguna manera anuncia la aparición en su vida de una relación de pareja comprometida y que tendrá como producto una hija. La paciente experimenta un nuevo comienzo.
La aparición del Nacimiento es parte de esa refundación… El estar recogiendo el nacimiento en esa casa ya ordenada, la pone de cara a un proceso en el que comienza a engendrarse la posibilidad de algo nuevo, entra la imagen de un masculino sensible que ayuda a ordenar el interior de esa casa para hacerla más acogedora, dando cuenta de su interacción terapéutica y la resignificación de su propia capacidad de dar contención, pero a su vez de sentirse contenida.
Ordenar esta casa, repararla, es indicio del nuevo comienzo cuya imagen queda sellada por la presencia del Nacimiento y la Navidad, además en presencia del decorador de interiores. de su familia.
Bibliografía:
Bachelard, G. (2012). Poética del espacio. Fondo de cultura económica. México.
Cirlot, J. E. (1992). Diccionario de símbolos. Labor. Barcelona.
Eliade, M. (1985). Lo sagrado y lo profano. Labor. Barcelona.
Fenichel, O. (2008). Teoría psicoanalítica de las neurosis. México. Paidos.
Harari, Y. N. (2019). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Debate. Santiago.
Jung, C. G. (1972). V. 7 C. W. Bollingen series XX. Princeton. Univrsity press.
Jung, C. G., Jaffe A. (2008). Recuerdos, sueños, pensamientos. Barcelona. Seix Barral.
Laplanche, J., Pontalis J. (2004). Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires. Paidos.
Publicado en la revista de la asociación venezolana de psicología analítica (AVPA) número 16: La casa y la imagen arquetípica del habitar
[1] Negritas mías.
[2] Negritas mías.
[3] Para el momento de inicio de terapia, ella no tenía pareja fija y se disponía a realizarse una inseminación artificial que más adelante como producto del proceso analítico detiene al darse cuenta de los verdaderos motivos de tal decisión.