Imágenes Alquímicas en Cien Años de Soledad

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(Una aproximación a la dimensión simbólico – arquetipal del ethos latinoamericano)

“(…) Una característica encarnada en el Coronel Aureliano Buendía, es el sentimiento de absurdo, de “sentirse avanzando en un sentido contrario a la realidad”, el tan hispánico “y no sé lo que consigo a fuerza de mis trabajos” de Don Quijote. La América hispana es el continente de “las riendas quebradas”, de la incertidumbre de su destino, del “hacer para deshacer”… los pescaditos de oro del Coronel.” P. 299 Sepúlveda (2017)[1]

Introducción

Lo paradojal, lo contradictorial, la alteridad, “lo otro” del sujeto moderno occidental, el espejo desde donde se miró el europeo perdido en un universo infinito al que recién se asomaba. Lo inferior, lo demoníaco, lo arcaico, El Dorado, El Paraíso perdido. Topos de la sombra de Occidente que no encuentra discurso que la nombre, filosofía que la justifique, ciencia que la explique sin reducirla.

América Latina se busca en los ojos europeos donde sólo es “Tercer mundo”. Pasó de ser un lugar de descubrimiento, de conquista, fuente de riquezas infinitas; a ser realización de utopías modernas revolucionarias y reivindicativas imposibles en tierras del “bienestar”, donde fueron gestadas. Lugar en donde “prosperaría” la opción por los pobres, donde finalmente se encontrarían para unirse en matrimonio, cristianismo y marxismo. Lugar de lo imposible.

Tierra de renovación de la fe católica, cuna del nuevo Papa, el de los pobres, “el de verdad”, al que le toca enfrentar la crisis del cristianismo, de Europa, de Occidente. Cristo resucita en los altares neopaganos del Nuevo Mundo, junto a la Santa Muerte y a María Lionza. Nostalgia de lo mágico (Maldonado[2]).

Tierra de dioses africanos vestidos de santos católicos travestis, Del yopo de los Yanomami…de la ayahuasca, de Don Juan con su mezcalito y su peyote… Donde Castaneda[3] (1992) le cuenta al mundo de la Otra realidad, una tan necesaria al europeo cansado de modernidad, de desarrollo, de éxito…

En la lucha por mirarnos, no con los ojos del conquistador, sino con los propios, nace el llamado Boom literario latinoamericano. Un lenguaje, una estética; que, como la salsa, suena bien en todos los salones del mundo. La palabra que nos cuenta, que dice de nosotros, donde podemos mirarnos, donde hacemos el ejercicio de encontrarnos, pero también de afirmarnos, incluso de pavonear. Exuberancia, magia y naturaleza hecha palabra, imagen poética que hoy sirve al mundo como cuenca de sentido.

Buscando decirnos, dijimos al mundo desde aquí, lo resemantizamos, descubrimos que no tenemos voz propia, que también somos el otro, el conquistador; que somos definitivamente la paradoja de estar aquí mientras llegaron y de llegar con ellos. Somos los agresores y los agredidos, somos el producto de ese encuentro, no seríamos sin uno de los dos polos. Somos ese viaje a la otredad.

Como una de las mejores expresiones de dicho Boom, reconocido por todos sus exponentes, tenemos a García Márquez con Cien años de soledad. Máximo logro del llamado realismo mágico. La importancia de la novela está más que justificada en cientos de artículos académicos, periodísticos, en tesis doctorales. Pero también en el hecho de que se trata de una obra de alta literatura que también es potable a las masas, es una colección de ladrillos de lego con el que pueden construirse juguetes muy complicados y otros de extrema sencillez. Cada uno puede disfrutarla o sufrirla desde donde desee o pueda. Hoy se estudia Cien años de soledad, tanto como para comprender la realidad social, histórica y política de América Latina, como los resortes de una nueva estética literaria… Pero hoy me ocupa un ámbito atemporal en el que se inscribe la ficción. Lo arquetipal.

Desde esta perspectiva, tomamos distancia de la visión anticolonial deudora del historicismo marxista, que sitúa el problema de América Latina en la relación de explotación y opresión por parte del Occidente moderno, para comenzar a dar cuenta del mito del encuentro permanente de dos mundos, pero también del hombre con la naturaleza, del hombre con lo femenino reprimido y consigo mismo. Se trata del mito fundacional de un cosmos, donde los unos y los otros se encuentran, se pelean, se aman, se cruzan y engendran demonios. El carácter bíblico de la narración nos ubica en los inicios, en nuestros inicios. Donde en lugar del hijo de Dios, nace el hijo del hombre, del incesto.

Si consideramos al boom latinoamericano como expresión de lo que somos, y a Cien años de soledad como obra más acabada de dicho movimiento, es lícito el ejercicio de aproximarnos a la novela para dar cuenta de nosotros mismos.

Creo que tanto ésta como otras obras literarias, resisten a cualquier análisis psicológico reductivo. Pero el atrevimiento de una lectura de este tipo, se debe a las posibilidades que brinda la propuesta de Jung, quien encontró una vía de escape en la alquimia, a la imaginería creadora que estaba amenazada con quedar atrapada en categorías y visiones causalistas que vieron nacer a la psicología como ciencia en el Siglo XIX. Una visión desde donde puede considerarse la obra de arte como la expresión de una época y al artista como catalizador entre la sociedad y sus complejos. 

Justamente fue la alquimia la que le permitió a Jung mirar lo psíquico desde la imaginación, abandonar la pretensión de que esta debería ser explicada y por tanto reducida. Entenderla como el propio órgano de comprensión psíquica. El estudio de la alquimia permitió a Jung comprender la experiencia de la fantasía creadora como generadora de sentido.

Desde esta perspectiva, Jung se abre camino entre los principales tabúes y prejuicios del mundo moderno occidental, zanjando sus obstáculos epistemológicos, proponiendo entre otras cosas, la superación de la psicología como ciencia explicativa, pues cualquier nicho disciplinario le queda estrecho al alma. Es verdad que era un europeo, pero uno consciente de la miopía de Occidente. Junto con Nietzsche, anunciador de la caducidad de su lente cultural. Al final de su vida reúne a sabios y académicos de diferentes tradiciones espirituales y disciplinas científicas, para abordar, de forma transdisciplinaria – antes de que a Morin se le ocurriera el término – las complejidades de la condición humana[4].

De esos encuentros surge un nuevo espíritu antropológico encarnado en autores como Bachelard[5] (2012), Maffesoli[6] (2008), Durand[7] (1982) y Oses[8] (2003). Fueron las imágenes de la alquimia las que le permitieron comprender, desde lo que Hillman[9] (1999) llamará lo imaginal, el proceso de desarrollo de la personalidad, el camino de transformación que produce ese viaje hacia la alteridad, el encuentro con la propia sombra.

La alquimia es ese lugar al que queda relegado todo aquello que no responde a los valores judeocristianos sobre los que se erige la cultura moderna occidental, la vía de elaboración de ese mundo sombrío que para el cristianismo constituye el infierno. Es en el subsuelo de las grandes ciudades europeas llenas de catedrales, donde comienza a edificarse la ciencia sobre el principio de no contradicción, que yacen ocultos los laboratorios de los alquimistas.

Para Jung, la utilización de la alquimia no se debió a un capricho estético o a un conjunto de convicciones religiosas, sino a la experiencia muy vívida de que la ciencia occidental no le permitía dar cuenta de la compleja fenomenología que lo ocupaba como psicoterapeuta. A su consultorio llegaba la vieja alma del europeo cuyo sufrimiento no hallaba solaz en la religión y a quien la medicina biologicista no curaba. De esta forma, la opción de usar las imágenes alquímicas para comprender al alma humana, lo llevaron por el camino de cuestionar el fundamento principal del pensamiento occidental, tanto teológico como científico. Se trata del principio de no contradicción.

El ser es y no puede ser y no ser al mismo tiempo. Tal es el fundamento lógico en el que se sostienen las ideas claras y distintas que luego el cogito cartesiano planteará para explicar el mundo desencantándolo. Acabar con todo misterio, desmitificar. Este era el proyecto de la mente occidental, que hasta permeó a la propia religión. Después de la reforma, se erige un cristianismo iconoclasta.

En este contexto, ya en ningún lugar estaba a salvo el carácter paradójico del alma humana, todo debería quedar expuesto a la razón. En este sentido, Jung denuncia esta tendencia hasta en el cristianismo. En Psicología y alquimia, refiriéndose al reproche de algunos autores cristianos acerca del carácter paradójico de su psicología, Jung presenta el conjunto de paradojas que constituyen el cristianismo, dando cuenta de su carácter contradictorial. Jung  (1989, p. 18)[10] afirma:

(…) La objeción formulada por la parte cristiana, de que es imposible que las manifestaciones completamente contradictorias puedan ser verdad ha de admitir que se le pregunte con toda cortesía: ¿Es uno igual a tres? ¿Cómo puede ser tres uno? ¿Puede ser virgen una madre? Etc. ¿Es que no se ha observado que todas las afirmaciones religiosas contienen contradicciones lógicas y afirmaciones imposibles por principio que incluso hasta esto constituye la esencia de la afirmación religiosa? (…) Si el cristianismo exige la creencia de tales contradicciones, me parece que no puede reprochar a nadie el hecho de dar validez a unas cuantas paradojas más. Es una cosa extraña, pero la paradoja es uno de los máximos bienes espirituales; la claridad, en cambio, es signo de debilidad. Por tanto, una religión se empobrece interiormente cuando pierde o reduce sus paradojas, mientras que se enriquece cuando aumentan, pues únicamente la paradoja es capaz de abarcar, de forma aproximada, la inmensidad de la vida. En cambio, la claridad y la falta de contradicción no tienen más que un sentido y, por ello, resultan inadecuadas para expresar lo inconcebible.

La denuncia de tratar de superar lo paradójico en el cristianismo, es una denuncia cultural más que propiamente religiosa, pues se trata de un empobrecimiento general del hombre, un empobrecimiento psicológico. A este respecto, Jung (1989, p. 19) afirma:

Se ha ido con rapidez cuesta abajo desde la Ilustración francesa, pues cuando se despierta este entendimiento incapaz de soportar paradoja alguna no hay sermón que le sujete. Surge entonces una nueva misión: (…) llevar gradualmente a un escalón superior a esta inteligencia todavía no desarrollada y aumentar el número de los que al menos pueden tener una sospecha de la enorme amplitud de una verdad paradójica. Quien no sea capaz de esto puede considerar prácticamente obstruido por completo el acceso espiritual al cristianismo.

Está denunciando una pérdida, algo que se deja atrás en ese estrepitoso recorrido hacia arriba, en esa acelerada “evolución” gracias al desarrollo de la razón y sus universales. La misma teología católica y protestante se van a encargar de encapsular, de aislar, el poder simbólico que subyace al cristianismo. Queda como una verdad, pero una verdad separada del hombre, como algo que no permea la vida cotidiana, como algo que no es una práctica, sino una forma. No hay acceso espiritual a ella[11].

En la denuncia que hace Jung (IBID) de la tendencia reinante en Occidente a la eliminación de lo paradójico, hace referencia a la unilateralidad de la conciencia como fenómeno colectivo. La intelección por medio de la conciencia impide la experimentación de los contrarios. “Dios, el bien supremo debe alejarme del mal”. El mal yace en el infierno, donde exiliamos a la mayoría de los otros bienes que permiten la completud. La alquimia da cuenta de esa integración con lo infernal, ese lado que queda en exilio para la cultura dominante.

(…) Por consiguiente, el arquetipo aproximado al consciente mediante la investigación confronta al individuo con la contradictoriedad de la naturaleza humana, con lo que posibilita una experiencia por completo directa de la luz y la oscuridad, de Cristo y el Diablo. (…) La vivencia del contraste no guarda relación alguna con la comprensión intelectual ni con el sentimiento; más bien se la podría calificar de destino. Una experiencia de tal clase puede demostrar a uno la verdad de Cristo, y a otro la verdad de Buda; y, ciertamente, hasta la evidencia máxima. Sin la experiencia de lo contradictorio no existe experiencia alguna de la totalidad y, por tanto, tampoco ningún acceso interior a las imágenes sagradas. P. 22

Jung asegura que no hay forma de acceder intelectualmente a lo que llama aquí la vivencia del contraste. Sólo aquello que se experimenta como destino, posibilita ese encuentro con el carácter paradójico de la condición humana. El destino es esa sombra que no se hace consciente. De allí que la experiencia de la totalidad sea de entrada un encuentro directo con esa parte de nuestra vida que se manifiesta como síntoma, lo que escapa al control del yo, lo que no puede predecir la razón. Luego, la totalidad no es algo que pueda expresarse conceptualmente, ni siquiera puede llegar a inteligirse. De esta forma, nos acerca a la verdadera frontera de la razón humana.

Es en ese lugar donde van a encontrarse Jung y García Márquez, en ese sótano en el que confluyen los contrarios, en el que tiene lugar lo paradójico. A lo largo de la obra de Cien años de soledad, García Márquez va tejiendo sobre el telón de fondo de la alquimia, la compleja trama de los hilos que unen a los personajes ficticios entre sí, a estos con los de su propia vida, a la historia de su familia con la de Colombia y América Latina, a lo real con lo imaginario, al tiempo histórico con el cíclico… Todo en un juego en el que trata de dar cuenta de eso paradojal que nos constituye. Si nos permitimos experimentar Cien años de soledad en lugar de interpretarla, podemos dar cuenta de que la realidad latinoamericana, como la alquimia, es el negativo de la occidental, una es sombra de la otra, la primera es mítica, la segunda es histórica; la primera depende del ascenso del héroe, la segunda, de su completo descenso; la primera se erige como triunfo del hombre sobre la naturaleza, la segunda admite la supremacía de la madre natura sobre cualquier anhelo de eternidad de civilización alguna. En todo caso, no se trata tanto de una opresión política de un mundo sobre otro, sino de un encuentro de contrarios permanente, y Cien años de soldad es la elaboración mítica de ese encuentro que signó lo que hoy convenimos en llamar modernidad, pero también Occidente. Visto así, no se trata tanto de un relato que cuenta la imposibilidad de desarrollo de América Latina, sino quizás, del fracaso de la noción misma de desarrollo, así como de la unilateralidad de lo uno, de la síntesis hegeliano-marxista y de la univocidad del positivismo. De esta forma, me propongo hacer el ejercicio de leer Cien años de soledad, como lo que realmente es, como los manuscritos de Melquíades, como la obra de un viejo sabio. Del mago capaz de morir y renacer, de predecir el futuro, de transformarse y transformar su realidad, permaneciendo en ese espacio atemporal de la casa que es la escritura, la magia, la alquimia. Para finalmente, descubrir que no es propiamente una novela sino la bitácora de un proceso de transformación. Probablemente también una invitación a realizar el viaje de reconciliación con la soledad, condición necesaria para la individuación.

La Presencia de la Alquimia en Cien Años de Soledad

La alquimia puede ser vista como una de las tantas cosas maravillosas que se narran en la novela, como uno de los temas marginales que aparecen en la obra. Eso que trae Melquíades a Macondo y con lo que se maravilla José Arcadio a tal punto de obsesionarse y llegar a un nivel de ensimismamiento tal que lo desquicia. Se trata de ese laboratorio inútil en el que pierde esa pequeña fortuna familiar, empecinado en la transformación de los metales en oro.

Se trata de la empresa quimérica de dominar los procesos naturales, tratando incluso de revertir la muerte. Hasta aquí la alquimia parece representar sólo un afán, incluso puede ser visto dicho afán como producto de la ignorancia y el atraso del precursor de Macondo, mientras que Melquíades puede ser interpretado como esa especie marginal que hasta ahora han sido los gitanos para el europeo. Especie que desprecia y al mismo tiempo fascina al hombre occidental. Mezcla de artista y charlatán embaucador[12].

Este personaje aparece desde la primera página de la novela, donde García Márquez[13] (2007) lo describe como p. 9:

Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. “Las cosas tienen vida propia – pregonaba el gitano con áspero acento – , todo es cuestión de despertarles el ánima”.

En esta primera aparición del gitano Melquíades con la “ciencia” de los alquimistas, podemos ver su faz, más que de embaucador y charlatán, de ilusionista. Es quien trae la magia a un universo tan constreñido por el reino de la urgencia, de la necesidad, pues se trata de una población que apenas comienza a producir su propia vida material. En este primer contacto con José Arcadio, logra disparar la exagerada imaginación que más tarde lo enloquece y tras la apariencia del espectáculo, hace una afirmación que no sólo va a dar el clima mágico a toda la obra, sino que parece inaugurar un universo que se erige como alternativa al desencantado mundo occidental: “las cosas tienen vida propia, es cuestión de despertarles el ánima”.

El ilusionista, el mago Melquíades[14], viene a animar un mundo sumido en la urgencia, viene a disparar la locura y a presentar un universo paradójico en donde comienza a entrelazarse finamente la dura realidad de un paisaje natural y humano hostil, con las sutiles fuerzas ocultas de la magia. Primer encuentro de los opuestos.

La aparición de Melquíades en la primera página de la obra, si tomamos en cuenta la propuesta de Fernández de ver a dicho personaje como el Arcano I del Tarot, el creador, parece tener sentido si interpretamos ese acto de “magia” con los imanes, como un acto de animación de la materia, de la dura realidad, como una especie de ablandamiento ontológico.

Se trata del mismo escritor anunciando su acto creador. Es el mago que viene a animar el mundo inanimado para que comience el cuento; un acto de encantamiento propio de los cuentos de hadas. Llegó para encantar el universo macondino, para bien y para mal.

Se trata de la inauguración de un mundo en el que todo es posible, pues dotó de anima a las cosas. La mejor expresión de dicho encantamiento, de dicha animación, es la excitación que produce en José Arcadio Buendía. En esta primera página inaugura un mundo imaginal, en el que el autor va a comenzar su Gran Obra, el Opus de García Márquez; la de reescribir su propia historia, la de su país y su continente, pero al mismo tiempo de crear un mundo propio, de ser Dios (Vargas Llosa, 2021)[15].

García Márquez es Melquíades, el creador del mundo Macondino, el que se encierra a escribir, el único que sabe lo que va a pasar en ese universo. Su gran obra, cuyo nombre sería inicialmente, La casa, pues se inspira en ese episodio de su juventud en el que acompaña a su madre a vender la casa de la familia en Aracataca y en las historias familiares que le cuenta su madre. Al respecto, su biógrafo autorizado, Martin (2009, p. 340)[16], afirma la liberación de lo literal, de la realidad que sintió el autor, cuando se permitió una aproximación desde la imaginación a su propia realidad y no la reconstrucción histórica de la misma, siendo entonces Melquíades el alquimista, Cien años de soledad fue su ejercicio de imaginación activa que lo curó de varios males:

¿Qué le había ocurrido a Gabriel García Márquez? ¿Por qué era capaz ahora, al cabo de tanto tiempo, de escribir este libro? Se había dado cuenta, en su súbito y revelador fogonazo de inspiración, que en lugar de un libro sobre su infancia debía escribir un libro sobre sus recuerdos de infancia. En vez de hablar de la realidad, debía hablar de la representación de la realidad. En lugar de un libro acerca de Aracataca y sus habitantes, debía narrar adoptando la visión del mundo de aquellas personas. No debía tratar de resucitar de nuevo Aracataca, sino despedirse de Aracataca y relatarla con la perspectiva de sus gentes, sin dejar de incluir en la novela todo lo que a él le había ocurrido, todo lo que sabía del mundo, todo lo que él era y que representaba en su piel de latinoamericano del siglo XX; en otras palabras, en lugar de aislar la casa y Aracataca del mundo, debía llevar el mundo entero a Aracataca. Y, por encima de todo, emocionalmente, en lugar de intentar invocar el espectro de Nicolás Márquez, él mismo debía convertirse, de algún modo, en Nicolás Márquez.

García Márquez había comprendido de qué forma lo constituían estos personajes como complejos propios, elementos independizados de las acciones históricas de esos sujetos que fueron en sí mismos y ahora formaban parte de él a partir de lo que estos significaron. Pudiéramos decir que descubrió la dimensión simbólica en la vivencia de su propia trama vincular.

Luego de comenzar la empresa desde esta aproximación, sintió un alivio y comenzó un proceso de producción impresionante a un ritmo nunca antes logrado. En cuanto al efecto de la creación, Martin (2009, p. 340) señala…

(…) a él mismo le parecía una obra mágica, milagrosa y exultante, a medida que la escribía; y con posteridad sus lectores tendrían esa misma impresión. Fue, en efecto, una experiencia de la magia de la creación literaria elevada a un grado sumo de intensidad. Además, la escritura fue también extremadamente terapéutica: en lugar de tratar de recrear obsesiva, neurótica y diligentemente los acontecimientos de su vida tal como los recordaba, ahora dispuso a su antojo de todo lo que le habían contado o lo que había vivido en carne propia, a fin de que el libro adoptara la forma que mejor convenía a su autor. Y por eso el libro fue realmente mágico, milagroso, exultante: lo estaba curando de muchos males (…) Aquel hombre a quien cada giro y cada vuelta de tuerca le habían costado grandes padecimientos, que sufría la menor decisión técnica y psicológica de todos sus libros, jugueteaba ahora con su vida: fusionaba a su abuelo con su padre, a Tranquilina con Luisa Santiaga y con Mercedes, entretejía a Luis Enrique y Margot en varios personajes, convertía a su abuela paterna en Pilar Ternera o introducía a Tachia clandestinamente a través del personaje de Amaranta Úrsula, y enraizaba la historia de toda su familia, en la historia de América Latina, aunando los ingredientes latinoamericanos de su bagaje literario – Borges, Asturias, Carpentier, Rulfo – con la Biblia, Rabelais, las crónicas de la conquista española y las novelas europeas de caballería, e incorporaba también a Defoe, Woolf, Faulkner, Hemingway. No es de extrañar que se sintiera un alquimista, ni provoca sorpresa que fusionara a Nostradamus y Borges” – y a sí mismo, García Márquez – en la figura del gran escritor y creador Melquíades, otro genio que se encerró en un pequeño cubículo para condensar todo el cosmos en el espacio encantado, a un tiempo transhistórico y atemporal que se conoce como literatura (…)”

Él mismo se fusiona con Melquíades y a la literatura con la alquimia, para dejar que opere un mecanismo de fusión y confusión, propio del mundo onírico que permitió, no un relato sobre la realidad, tampoco como dijo Martin, una representación de la realidad, sino su resignificación. Es relevante el efecto terapéutico que menciona el biógrafo, tuvo el escribir un libro que logra darle forma a lo que será la despedida de una realidad urobórica e incestuosa.

En cuanto a esa primera aparición de Melquíades, iniciando el relato, puede interpretarse como una animación inicial de la materia, una metáfora del encantamiento que necesitó el autor para poder procesar su propia historia desde lo imaginal, es la enzima digestiva que le permite descomponer la dura realidad de su mundo, para digerirlo psíquicamente, o mejor dicho, para entenderlo, y hacérnoslo entender, en su dimensión psíquica.

De allí que podemos sostener con Hillman (2005, p. 147)[17], la necesidad de retornar el ánima al mundo. Es quizás eso lo que hace Melquíades/Gabriel García Márquez en esa primera página de la obra, como primer acto alquímico. Hillman comenta que la psicología occidental, tratando de virar la mirada al hombre, a su subjetividad, ha contribuido a la escisión entre sujeto y objeto, hombre – mundo; lo que propone dicho autor, no es entonces virar hacia la subjetividad, sino más bien captar la dimensión subjetiva de cada hecho, de cada cosa. En tal sentido, Hillman (2005, p. 147), señala…

Imaginemos más bien el anima mundi como esa chispa, esa imagen creadora que se presenta en su forma visible a través de todas las cosas. El anima mundi indica entonces las posibilidades que presenta cada suceso tal como es, su presentación sensible como un rostro que revela su imagen interior; en suma, su disponibilidad para la imaginación, su presencia como realidad psíquica.

La proeza literaria de García Márquez al tratar de narrar los hechos de la historia de su familia, de Colombia y de América Latina, pero desde su imaginación, puede entenderse según Hillman (2005, p. 148 – 149), como un reconocimiento imaginativo de ese mundo. En este sentido, la acción infantil de imaginar el mundo, da vida a éste y lo restituye al alma.

Ese primer acto de animar el mundo que realiza el mago Melquíades, es una reivindicación del pensamiento mágico. La psicología ha contribuido a enterrar dicha forma de pensamiento, cuando orienta su mirada a la interioridad del sujeto considerando el mundo como algo separado de él y habitado por cosas muertas, inanimadas. Según Hillman (2005, p. 150), esta visión no sólo mata las cosas, al considerarlas muertas, sino que nos encierra en esa angosta celda que es el yo.

José Arcadio enfrenta los misterios de la alquimia y se enloquece. La narración de ese proceso muestra cómo la inflación, producto del encuentro con el inconsciente, puede acabar con el individuo. Su incapacidad para descifrar dicho saber lo sumerge en la oscuridad de la locura.

Esa primera aparición de la alquimia, se da como algo mágico que asalta la realidad para violentarla, para sacar del juego a uno de los personajes principales, al patriarca, justamente… Quien va perdiendo fuerza y da paso a Úrsula como jefa de familia, como cabeza. ¿De lo patriarcal a lo matriarcal?, ¿comienzo del viaje de retorno? Desde el punto de vista del desarrollo de la consciencia (Neumann, 1995)[18], la historia de la familia Buendía y Macondo, parece mostrar una especie de retorno, pues la conquista del espacio, guiados por el patriarca, vendría a ser la instauración del patriarcado, pues el hombre (consciencia), domina a la naturaleza (inconsciente), luego la consciencia sufre un proceso de inflación al entrar en contacto con lo inconsciente (José Arcadio enloquece al entrar en contacto con la alquimia) y entonces la familia comienza a ser guiada por la madre, Úrsula, mientras el resto de los personajes son de alguna forma víctima de sus pasiones e impulsos incestuosos.

El laboratorio de alquimia se instala en un espacio de la casa que resiste el paso del tiempo, donde se recluye Melquíades y luego su espíritu. Así como resiste el paso de los años, también permanece como espacio indescifrable hasta el final de la novela. Es esa gran pregunta, ese gran misterio que atraviesa y de alguna manera estructura toda la obra. Es el vacío de la rueda, la nada que permite que ruede, el pequeño momento de silencio en una pieza musical, que le da sentido a la suma de todos los sonidos que la componen. La alquimia es ese espacio inamovible, pero también signa todo lo que pasa en la novela, tanto, que puede hablarse de la odisea de la familia Buendía, como un viaje alquímico. Veamos un ejemplo, en uno de los personajes.

Coronel Aureliano Buendía, Muerte y Renacimiento

El coronel Aureliano Buendía es para muchos el protagonista de la novela. El propio Gabo confiesa su afecto por este personaje, cuando comenta a su biógrafo que luego de que éste muere, se echó a llorar en su cama. Se trata del caudillo latinoamericano extraordinario y terrible, arrojado, temerario y brutal, que llega a dimensiones de inhumanidad tal que hasta su propia madre debe hablarle a metros de distancia.

Vemos en este personaje un proceso de deshumanización absurda, de pérdida de Eros y de sentido, asistimos al espectáculo de ver cómo alguien se titaniza al extremo de perder la capacidad de amar y ser receptivo al amor de otros. El héroe y el psicópata. Ese personaje del que Savater dirá que es muy necesario para impulsar las revoluciones pero incapaz de convivir en sociedad, alguien que más bien estorba en la construcción de la civilidad.

No sólo nos relata el Gabo, las absurdidades de las guerras y guerrillas revolucionarias de América Latina, sino que nos muestra la soledad y el destierro de la condición humana que sufre el caudillo… Ese personaje heroico que luego no logra un lugar como ciudadano, como ser humano; el único lugar posible para un sujeto así es la tumba, el panteón, donde pueda ser venerado, no amado como ama un ser humano a otro.

En su libro Sobre héroes y poetas, Pedraza destaca la cualidad psicopática del héroe. En Cien años, Gabo muestra además el carácter quijotesco de las luchas de dichos héroes. En todo caso, me parece que, en este personaje, García Márquez toca un complejo colectivo latinoamericano. El trabajo que hace con él es literalmente alquímico.

Primero nos muestra cómo se va haciendo héroe, mostrando el carácter de deshumanización de dicho proceso. Logra que el lector se identifique con su héroe, que empatice con sus peripecias y con sus causas.

Luego, nos va mostrando cómo la guerra lo lleva a un proceso gradual de desconocimiento de la otredad propio del psicópata. Pero no sólo nos da el lado cruel del héroe, sino que nos permite asomarnos al precipicio de su vacío existencial, de la soledad que lo conserva venerable, intransigente e inaccesible. El destino de alguien así es la muerte, nunca la vida en familia y sociedad, pues se trata de un alma que no tiene reposo, incapaz de alcanzar la paz. Finalmente lo va transformando de nuevo en humano, haciendo uso de la alquimia. Humanizar al caudillo, ver cómo se van retirando gradualmente las proyecciones del colectivo sobre éste, cómo va quedando como otro viejo más de la casa, verdadera protagonista real de la novela[19].

Lleva la guerra más allá de sus posibilidades reales. Cuando finalmente está a punto de fusilar a uno de sus mejores amigos, una ráfaga de sensatez le hace despertar del delirio y decide capitular ante el enemigo. Ésta es la muerte del héroe. Gabo cuenta lo que pasó luego de la firma de la rendición:

(…) tomó un vaso de limonada y un pedazo de bizcocho que repartieron las novicias, y se retiró a una tienda de campaña que le habían preparado por sí quería descansar. Allí se quitó la camisa, se sentó en el borde del catre, y a las 3 y cuarto de la tarde se disparó un tiro de pistola en el círculo de yodo que su médico personal le había pintado en el pecho. P. 207

Ya el autor nos viene señalando la profunda tristeza y el vacío que siente Aureliano, de forma que dicha capitulación no puede devenir sino en su muerte, pues un héroe no es nadie sin guerra o sin gloria. Todo el camino transitado para llegar a firmar, muestra cómo va muriendo. Más adelante continúa con un evento de sincronicidad que alude al estadio de putrefactio de la alquimia, marca de la nigredo. 

En lo que se da el tiro… “A esa hora, en Macondo, Úrsula destapó la olla de la leche en el fogón, extrañada de que se demorara tanto para hervir, y la encontró llena de gusanos”. P. 207

Hervir la leche, materia nutricia de la madre, de la vaca, alude a un proceso alquímico de preparación. Una sustancia que no reacciona a la acción del fuego y que se pudre, se transforma, pero no en lo esperado. Es con lo que nutren las madres a sus hijos… Dicho elixir por el proceso de descomposición se convierte en la masa confusa, el miasma indiferenciado originario, lo caótico de dónde ha de surgir lo nuevo, la nueva vida. Imagen que nos anuncia el comienzo de un proceso de transformación. Más adelante continúa el relato:

  • ¡Han matado a Aureliano! – exclamó.

Miró hacia el patio obedeciendo a una costumbre de su soledad, y entonces vio a José Arcadio Buendía, empapado de sangre, triste de lluvia y mucho más viejo que cuando murió. “lo han matado a traición – precisó Úrsula – y nadie le hizo la caridad de cerrarle los ojos”. Al anochecer vio a través de las lágrimas los raudos y luminosos discos anaranjados que cruzaron el cielo como una exhalación, y pensó que era una señal de la muerte. Estaba todavía bajo el castaño, sollozando en las rodillas de su esposo, cuando llevaron al Coronel Aureliano Buendía envuelto en la manta acartonada de sangre seca y con los ojos abiertos de rabia.

Estaba fuera de peligro. El proyectil siguió una trayectoria tan limpia que el médico le metió por el pecho y le sacó por la espalda un cordón empapado de yodo. “Esta es mi obra maestra”. Le dijo satisfecho. “Era el único punto por donde podía pasar una bala sin lastimar ningún centro vital.” (…) “- Si todavía me quedara autoridad  – le dijo al doctor -, lo haría fusilar sin fórmula de juicio. No por salvarme la vida, sino por hacerme quedar en ridículo.

El fracaso de la muerte le devolvió en pocas horas el prestigio perdido. Los mismos que inventaron la patraña de que había vendido la guerra por un aposento cuyas paredes estaban construidas con ladrillos de oro, definieron la tentativa de suicidio como un acto de honor, y lo proclamaron mártir…p. 208

Luego de su convalecencia, durante la que recupera el prestigio perdido por firmar el armisticio, es recluido en su casa, de nuevo al cuidado de su madre Úrsula, custodiado por Guardias militares, como a otros caudillos de cuidado en el resto del país. Este retorno a la casa, a la madre, muestra una imagen de Nuevo nacimiento. Luego de pasar por la muerte moral de fracasar, la melancolía que ello implica, su visión de la vida y la muerte, la paz y la guerra, comienzan a cambiar.

“El Coronel Aureliano Buendía abandonó el cuarto en diciembre, y le bastó con echar una mirada al corredor para no volver a pensar en la guerra” … p. 210

Sale de la muerte, de la hostilidad del campo de batalla y vuelve a la casa, tras un viaje del héroe perfumado de fracaso… La madre, quien se encarga de crear el contexto de dicho renacimiento…

“(…) Con una vitalidad que parecía imposible a sus años, Úrsula había vuelto a rejuvenecer la casa. “Ahora van a ver quién soy yo”, dijo cuando supo que su hijo viviría. “No habrá una casa mejor, ni más abierta a todo el mundo, que esta casa de locos. P. 210

El rejuvenecer la casa, revitalizarse ante el otro en un grito de autoafirmación… “Ahora van a ver quién soy yo” … Muestra la importancia de lo materno y de alguna forma la objetivación de tal función en la re-construcción del espacio habitable. La casa abierta al mundo… La Gran Madre que termina acogiendo… (Devorando/digiriendo), todo lo que gravite en torno a ella… Tal es su fuerza…

La hizo lavar y pintar, cambió los muebles, restauró el jardín y sembró flores nuevas, y abrió puertas y ventanas para que entrara hasta los dormitorios la deslumbrante claridad del verano. Decretó el término de los numerosos lutos superpuestos, y ella misma cambió los viejos trajes rigurosos por ropas juveniles. La música de la pianola volvió a alegrar la casa. Al oírla, Amaranta se volvió a acordar de Pietro Crespi, de su gardenia crepuscular y su olor de lavanda, y en el fondo de su marchito corazón floreció un rencor limpio, purificado por el tiempo. Una tarde en que se trataba de poner orden en la sala, Úrsula pidió ayuda a los soldados que custodiaban la casa. El joven comandante de la guardia les concedió el permiso. Poco a poco, Úrsula les fue asignando nuevas tareas. Los invitaba a comer, les regalaba ropas y zapatos y les enseñaba a leer y escribir. Cuando el gobierno suspendió la vigilancia, uno de ellos se quedó viviendo en la casa, y estuvo a su servicio por muchos años. El día de Año Nuevo, enloquecido por los desaires de Remedios, la bella, el joven comandante de la guardia amaneció muerto de amor junto a su ventana.

Este renacimiento del coronel Aureliano se da luego de terminada la empresa más masculina de todas, arquetipalmente hablando, signo de las sociedades patriarcales… La guerra. Renace Aureliano, pero en el contexto del florecimiento de lo femenino materno. Siempre indulgente, abierto, nutricio. La casa, con todo su encanto, digiere la guardia que custodia al “peligroso” coronel.

Termina uno de sus soldados al servicio de la Gran Madre y finalmente muerto ante los encantos celestiales de la Virgen hermosa. Esta imagen de la muerte del soldado domesticado, a los pies de una virgen puede ser interpretada como la derrota de lo militar/patriarcal, por lo maternal/femenino/devorador. Al final Aureliano termina contenido en esta gran casa, protegido por el poder de lo femenino. Dicho florecimiento de la casa al terminar la guerra, al fracasar la empresa de lo patriarcal, permite dar cuentas del triunfo de lo femenino que se impone. El terrible coronel tiene que volver a refugiarse en el seno materno que lo acoge con todo su encanto. Hay que decir que dicho florecimiento también depende del retorno a la vida del hijo/héroe. 

En dicho contexto, muerto el héroe, comienza el proceso de transformación que le dará paso al hombre. Uno que busca el sosiego hurgando en su interioridad y aprende a envejecer mientras se reconcilia con la soledad y el olvido.

(…) Si alguien resultaba inofensivo en aquel tiempo, era el envejecido y desencantado coronel Aureliano Buendía (…) Encerrado en su taller, su única relación con el resto del mundo era el comercio de pescaditos de oro. (…) El rumor público de que no quería saber nada de la situación del país porque se estaba enriqueciendo con su taller, provocó las risas de Úrsula cuando llegó a sus oídos. Con su terrible sentido práctico, ella no podía entender el negocio del coronel, que cambiaba los pescaditos por monedas de oro, y luego convertía las monedas de oro en pescaditos, y así sucesivamente, de modo que tenía que trabajar cada vez más a medida que más vendía, para satisfacer un círculo vicioso exasperante. En verdad, lo que le interesaba a él no era el negocio sino el trabajo (…) Tan absorbente era la atención que le exigía el preciosismo de su artesanía, que en poco tiempo envejeció más que en todos los años de guerra, y la posición le torció la espina dorsal y la milimetría le gastó la vista, pero la concentración implacable lo premió con la paz del espíritu (…) Taciturno, silencioso, insensible al nuevo soplo de vitalidad que estremecía la casa, el coronel Aureliano Buendía apenas si comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad. p. 229

Vemos en esta labor, una especie de forma de meditación sobre la materia. Trabajo alquímico de transformación en el que merma el cuerpo a favor del espíritu, el héroe a favor del hombre. El duro y cruento caudillo se humaniza, se hace pacífico en su labor. No importa lo pecuniario, no es un trabajo cuyo objetivo sea el enriquecimiento, no importa la obtención del oro. Es como si el coronel hubiera descubierto el verdadero valor del trabajo alquímico que su padre no logró comprender por verlo literalmente. No se trataba de la transformación de la materia sino del alma. El logro de la buena vejez y ésta como un pacto honrado con la soledad. Camino contrario al que le esperaba como héroe, cuyo único pacto posible es con la gloria y su condena es la de morir joven.

Una vez que ha retornado de la muerte, comienza un proceso de transformación. Ha trascendido la mirada literal que hasta ahora ha reinado en la casa, representada en este momento por el carácter pragmático de Úrsula.

Conviene también detenerse en la imagen de la joya de artesanía a cuya fabricación se dedica el coronel, no sólo el hecho de que trabaja con el oro, meta del proceso alquímico, sino de lo que simboliza la imagen que fabrica. Se trata de un pez, cuyo significado le agrega peso a la interpretación de dicha labor como trabajo alquímico que posibilita la regeneración. En este sentido, para Serrano y Pascual (2005, p. 235-236)[20] la imagen del pez es en sí misma una representación de Cristo, de resurrección, de purificación.

(…) es un símbolo que corresponde al agua y lo que ésta conlleva, es decir, vida, nacimiento, fertilidad y regeneración. Esto explica la existencia de peces primigenios que asumen el papel de héroe civilizador en numerosos relatos míticos. Durante los primeros tiempos del cristianismo, donde su culto estaba prohibido y perseguido (…) el pez constituyó la representación críptica más frecuente de Cristo, debido a su relación con el agua, es decir, con el bautismo y la regeneración espiritual. En cuanto encarnación de Cristo, el pez representa el alimento espiritual que se materializa en la eucaristía junto al pan, y así aparece representado en multitud de ocasiones. Además, la denominación griega del pez, ichtys, correspondía a las iniciales de varios títulos dados a Cristo (Hijo de Dios, El Salvador).

Duodécimo y último signo del zodíaco, que se manifiesta entre el 19 de febrero y el 20 de marzo, antes del equinoccio de primavera. Durante ese periodo la naturaleza vive cómo las lluvias vuelven a cubrir la tierra, fertilizándola y abriendo el camino de la resurrección de la vida. Con piscis se cierra así el ciclo vital que representa el zodíaco, pero al mismo tiempo inicia el renacimiento de todo el proceso. El agua de este signo es, por tanto, principio y fin de la vida, disolución de las formas y preparación del nuevo nacimiento.

La joya que elabora el coronel Aureliano con tanto empeño es símbolo del nuevo nacimiento que experimenta, del fin de un ciclo y el comienzo de otro, muerte y renacimiento se funden en el pez de oro, además símbolo del opus. El oro es el metal más evolucionado, producto de todo un proceso de transformación.

Por otro lado, es como si además burlara la misma lógica del capitalismo y la modernidad. La moneda, fin último de la producción, aquello que finalmente se atesora, vuelve al mercado convertida de nuevo en mercancía. Además, es el artesano, un vestigio premoderno, algo que va quedando olvidado tras el proceso de división del trabajo en las cadenas de producción de la modernidad que se aproxima a Macondo con la compañía bananera que pronto montarán los gringos.

Una vez lograda la joya, era purificada la materia burda de la moneda que circula, que es valiosa porque puede ser cambiada por cualquier cosa. Se trata de algo producido en serie. En cambio, el pescadito de oro era una joya artesanal que luego va a ser considerada reliquia por los conocedores. Es el momento en el que se está instalando la compañía bananera que irrumpe el cosmos macondino trayendo la lógica del capitalismo. De forma que se funden en el personaje de Aureliano Buendía, las imágenes del viejo sabio, ermitaño y artesano que resiste material y espiritualmente a la embestida del capitalismo occidental, última gran estocada que recibe Macondo antes del diluvio.

El autor redimensiona la imagen del héroe. El verdadero logro no es la revolución, la gloria no está en las batallas ganadas o en el reconocimiento de los otros, sino en ese pacto honrado con la soledad. Aprender a envejecer, reconciliarse con la muerte, lograr el sosiego, la paz, para alcanzar una buena vejez y una muerte tranquila.

De manera que vemos que la epopeya del coronel no es el encumbramiento sino el descenso, el retorno. Lo que hace grande a nuestro héroe, no son finalmente aquellos cambios que logra sobre su entorno, sino los que consigue cuando aprende a convivir consigo mismo, después de venir de la muerte. Un verdadero viaje alquímico que parece compensar el extremo culto a los héroes y a las acciones bélicas, que padecemos los latinoamericanos. Ese masculino encuentra un lugar en Macondo, en la historia, en la casa. En ese ajuste entre anima y animus, aparece un sentido distinto, alternativo al logos de occidente motorizado por la razón instrumental, pragmática y conquistadora que animó a José Arcadio. Se trata del logos del alquimista que busca transformarse luego de olvidar la guerra. Uno que descubre en secreto la verdadera obra de la alquimia, morir en paz, saber morir.

El día en que muere, cuando hace la siesta después del almuerzo, el coronel Aureliano Buendía sueña:

(…) que entraba en una casa vacía, de paredes blancas, y que lo inquietaba la pesadumbre de ser el primer ser humano que entraba en ella. En el sueño recordó que había soñado lo mismo la noche anterior y en muchas noches de los últimos años, y supo que la imagen se habría borrado de su memoria al despertar, porque aquel sueño recurrente tenía la virtud de no ser recordado sino dentro del mismo sueño (…)

La casa, imagen arquetipal de lo femenino (contiene, cobija, protege, lugar de retorno), la psique. El vacío puede ser interpretado como la quietud de quien logra deslastrarse de todo aquello que se constituía en carga. Para el budismo Zen el satori es la experiencia del vacío, de la impermanencia y relatividad del yo. En el héroe el yo es una función hipertrofiada o más bien el viaje heroico es una metáfora del proceso de constitución del yo. El sueño nos muestra a ese yo experimentando el vacío y ante dicha experiencia, se inquieta, se vive como el primer hombre. Se trata de algo inaugural, está habitando una nueva casa, una que sólo es para él, es el primer ser humano que entra allí. El color blanco de las paredes parece indicar la fase de albedo, fase de purificación de la alquimia.  El sueño anuncia la muerte.

Luego de ver pasar al circo frente a su casa y sentir la nostalgia de las visitas de los gitanos…

(…) fue al castaño pensando en el circo, y mientras orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño. La familia no se enteró hasta el día siguiente, a las once de la mañana, cuando Sta. Sofía de la Piedad fue a tirar la basura en el traspatio y le llamó la atención que estuvieran bajando los gallinazos. P. 305

Nótese que muere debajo del árbol, cobijado por éste. El significado del árbol como axis mundi, refiere a la idea de centro, de centro de la casa, además es un símbolo de lo materno, pues el árbol es considerado como aquello que nutre, contiene. Para Mircea Eliade, se trata de un símbolo femenino. Da la idea de una vuelta al seno materno. Es también símbolo del centro, imagen del arquetipo central… del sí mismo. Es el mismo árbol del que amarran a José Arcadio para contenerlo, salvarlo a sí mismo y a la familia de su locura.

Por otro lado, la imagen de haber muerto parado, sin que lo consumiera la decrepitud, da cuenta de la verticalidad de su espíritu y la fortaleza de carácter lograda en su proceso de transformación que lo salva de la muerte trágica a la que parece destinado durante la guerra.

Gabriel García Márquez ha logrado un trabajo alquímico con la imagen arquetipal más importante para los latinoamericanos… la del héroe, caudillo militar; núcleo de nuestro principal complejo colectivo. El héroe militar se ha humanizado, ha regresado a su condición de artesano logrando por medio de un trabajo más duro que el de la guerra misma (lo ha envejecido más que todos los años de guerra), la paz y el sosiego…El pacto con la soledad.

El fracaso en la guerra, la muerte y resurrección, transformación y purificación hasta lograr ese espacio sólo para él, esa casa (psique/totalidad), muestra el camino a la humanización y civilización del sujeto latinoamericano que aún en pleno siglo XXI es convocado por personajes atávicos con discursos decimonónicos de guerra. El ropaje de un Simón Bolívar en el cuerpo de un histrión mediático y manipulador aún logra cautivar a las masas y llevarlas por el despeñadero de peleas absurdas que sólo dejan el sabor de la enfermedad, la muerte y la desolación, la pobreza y el atraso.

Este proceso que vive el coronel Aureliano Buendía, parece ser una metáfora del camino de transformación de la psique colectiva latinoamericana. Un camino de vuelta a la casa, a la madre, verdadera sostenedora de nuestras sociedades matricéntricas.

Bibliografía:

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Publicado en la revista de la asociación venezolana de psicología analítica (AVPA) número 18: Imágenes alquímicas en Cien años de soledad


[1] Sepúlveda Llanos, Fidel (2017) Hispanoamérica en diez novelas. Santiago. Ediciones Universidad de Chile.

[2] Maldonado, Luis. Religiosidad popular. Nostalgia de lo mágico. Madrid. Cristiandad.

[3] Castañeda, Carlos (1992). Una realidad aparte. México. Fondo de cultura económica.

[4] Las reuniones de Eranos, que significa comida en común, una alusión al Banquete, fueron el inicio de un fértil movimiento intelectual que propicia el encuentro entre ámbitos culturales, religiosos y disciplinarios diversos. A tal respecto remito a los trabajos de traducción al castellano de tales encuentros, así como a los análisis y desarrollos a partir de estos, por parte de Ortíz Oses, en torno a lo que éste denomina, hermenéutica simbólica.

[5] Bachelard, Gaston. (2012) Poética de la ensoñación. México. Fondo de cultura económica.

[6] Maffesoli, Michel. (2008). Elogio de la razón sensible. Buenos aires. Paidos.

[7] Durand, Gilbert (1982). Estructuras antropológicas de lo imaginario. Madrid. Taurus.

[8] Ortiz Oses, Andrés. (2003). Amor y sentido: una hermenéutica simbólica. Barcelona. Antrhopos.

[9] Himann, James. (1999). Reimaginar la psicología. Madrid. Siruela.

[10] Jung, C G. (1989) Psicología y alquimia. Madrid. Plaza y James

[11] Foucault explicará esto en su texto: Hermenéutica del sujeto, como un desgarramiento entre la búsqueda de verdad y la espiritualidad, que comienza con Aristóteles, se consolida con Santo Tomás y llega a su máxima expresión con el cogito cartesiano y la modernidad. La pérdida de la inquietud de sí y el cuidado de sí como cultivo del alma como principio en la búsqueda de la verdad, es el origen de dicho drama cultural.

[12] También es el que narra, el que cuenta una historia por ocurrir o que siempre ocurre, que se repite. Alguien que está al margen de lo que acontece, pero es su principal sensor. Se trata del escritor, de él mismo.

[13] García M. G. (2007). Cien años de soledad. Madrid. Alfaguara.

[14] Coincide con el Arcano uno del Tarot, el Mago, cuyo significado es interpretado en El tarot de Marsella por  Marteau (1985), p. 37: “El número 1, expresión de la positividad universal, simboliza el principio primordial creador, en el seno de sus múltiples realizaciones. La manifestación de este poder, situada en el origen de todas las cosas, le hace engendrar, mediante su repetición, todas las fuerzas activas y pasivas universales, de las que los demás números son la representación. Para Viviana Fernández (2007), p. 16, en su estudio sobre Arcanos mayores y arquetipos en 100 años de soledad, El personaje de Cien años de soledad que encarna el arcano I y que refiere al arquetipo del Creador, es el gitano Melquíades, un «ser prodigioso», que posee «inmensa sabiduría» y un «ámbito misterioso», lo único que se sabe de él es su nombre, pero tiene también «un peso humano, una condición terrestre» que lo mantienen en contacto con la vida cotidiana (p. 10). Él es el mago, el creador del mundo y un creador de ilusiones. Representa la originalidad, la estratagema y el artificio. En las cartas de tarot el arcano I es Dios; su contraparte, el Diablo, es el arcano XV-, pero en la Edad Media pretender representar a Dios en una baraja hubiera sido considerado herejía; por eso los imagineros lo llamaron el Mago.

[15] Llosa V. Mario (2021). García Márquez: historia de un deicidio. Santiago de Chile. Alfaguara.

[16] Martin, Gerald (2009). Gabriel García Márquez: una vida. Madrid. Debate.

[17] Hillman, James. (2005) El pensamiento del corazón. Madrid. Siruela.

[18] Neumann, Erich (1995). The origins and history of consciusness. New Jersey. Princeton University press.

[19] Hay que señalar que cuando Gabriel García Márquez inició su proyecto de escritura, el nombre que había pensado era el de “la casa”. Confiesa que se inspiró para escribir en ese viaje que hizo a Aracataca para acompañar a su madre a vender la casa vieja de la familia. Aracataca es el lugar real que le sirve de inspiración para crear Macondo.

[20] Serrano y Pascual (2005). Diccionario de símbolos. Madrid. Libsa.